Velada para dos

Despertó en la madrugada, con la boca seca y un leve gusto a sangre. Aún flotaban sobre la almohada fragmentos de la noche anterior, mezclados con los de una pesadilla: La mujer de cuello terso y pelo corto, susurrándole coqueta, algo sobre su departamento. Música de Ennio Morricone y sus dientes cayéndose con el roce de su lengua.

Lo primero que hizo fue masticar con suavidad. Sintió alivio al comprobar que sus dientes seguían donde mismo. Se liberó del fárrago que eran las sábanas y frazadas, estranguló su erección con el elástico del calzoncillo y buscó a tientas el baño. Tomó agua del grifo e hizo varias gárgaras. Se lavó los dientes, cabizbajo, tratando de eliminar trocitos de carne que se negaban a desalojar las encías.

Encendió la luz y centró su atención en la tina de baño. Antes de ponerse manos a la obra y borrar para siempre la evidencia, sus pupilas se esforzaron por crear una copia mental de la macabra escena. Después de tantos años esquivando a la policía, sabía que la mente era el único lugar seguro para almacenar ese tipo de imágenes.