Cuando la amenaza es más fuerte que la ejecución

Aaron Nimzowitsch, destacado ajedrecista y autor del famoso libro «Mi sistema».

Aaron Nimzowitsch dijo en una ocasión que «en el ajedrez, la amenaza de una jugada es más fuerte que su ejecución». Hay mucha sabiduría en esta frase, y no solo podemos verla en acción sobre un tablero de ajedrez. También la podemos extrapolar a la vida cotidiana. A veces, experimentar miedo o temor por lo que pueda suceder, es más terrible que el resultado per se de aquello a lo que tememos. Para ilustrar mejor el significado de esta gran cita, les contaré sobre uno de los geniales exemplos de Patronio, una de las muchas historias que narra en el libro El conde Lucanor, de Don Juan Manuel.

Edición en español antiguo, muy recomendada.

Cuenta la historia había un hombre que vivía en el campo, y en su vasta parcela, entre otros muchos animales, tenía gallinas y un par de gallos. Una tarde, uno de los gallos, distraído y sin preocupaciones, se alejó demasiado del gallinero y acabó en campo agreste. La presencia del gallo no pasó desapercibida para la zorra que descansaba cerca de unos matorrales, y ésta comenzó a aproximarse con sigilo. Por suerte, el gallo logró verla justo a tiempo y pudo subir a la rama de un árbol antes de ser atacado.

La zorra se acercó al tronco y desde abajo le dijo:

—¡Pero que bellas plumas tienes, gallo! Nunca había visto algo tan hermoso. ¿Es cierto que son a prueba de agua? Me encantaría que bajaras para poder admirarlas más de cerca.

El gallo entendió que aquellos halagos vacíos eran una trampa y se negó a bajar. La zorra, un poco molesta, cambió de táctica y le dijo:

—Te arrepentirás de no haber confíado en mí, plumífero cobarde. Si no bajas ahora, cruento será tu destino. Baja ya o verás de lo que soy capaz.

El gallo sabía que las amenazas verbales no eran ningún problema, y como se hallaba a salvo en la rama, no movió ni una pluma. La zorra empezó a maquinar una manera de bajar al gallo, y tras unos minutos reflexionando, decidió utilizar una última treta. Con paso decidido, se acercó lo más que pudo y con su cola comenzó a dar golpes en el tronco, diciendo a la par, que si el gallo no bajaba, no le quedaba otra opción más que derribar el árbol. De pronto, el gallo empezó a sentir un miedo irracional y, temiendo por su vida, intentó volar hasta el árbol de al lado, el cual le pareció más seguro. Para su mala fortuna, cayó a medio metro de donde estaba la zorra, y el resto es historia.

Tener miedo es algo natural e incluso puede salvarnos la vida, por algo lo sentimos. Por otro lado, el miedo infundado puede ponernos en situaciones incómodas o de riesgo. Un ejemplo de esto sería la ansiedad: Pensar en demasía sobre un futuro de matices catastróficos o poco favorables, cuando en realidad, toda esa incertidumbre que sentimos es producto de nuestra mente.

Evalúa muy bien tu situación, sé equilibrado/a y recuerda lo que le sucedió al gallo. Puede que estés en un árbol más firme de lo que crees, y no exista una razón de peso para preocuparse. Puede que tu miedo sea más terrible que el resultado al que temes. Puede que la amenaza sea más fuerte que la ejecución.

Lectura de interés: Lo que sucedió a la zorra con un gallo (XII)

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