Descarga (gratis) mi primer libro

Letras para quemar

Este libro es una antología de algunos textos que he hecho a lo largo del año, así como algunos otros un poco más antiguos que tenía por ahí. Aparte de los textos ya vistos, quise añadir algunas sorpresas: Hay textos inéditos en cada una de las categorías, y una brevísima explicación sobre lo que es Enroque largo, aunque me gustaría dedicar una entrada completa para cubrir eso, más adelante.

El libro consta de:

13 Haikus (3 inéditos)
16 Microrrelatos (3 inéditos)
7 Cuentos cortos (2 inéditos)
Prólogo de Enroque largo (parte I a IX)

Les deseo felices fiestas y mucho éxito para el año que viene. Y a los que descarguen mi libro, muchas gracias y espero que lo disfruten 🙂

No te metas con las brujas

No sé cuál habrá sido el punto de no retorno para mi amigo, pero sé muy bien cuál fue el momento exacto en el que yo pude haber escapado de esta pesadilla, y no lo hice. Sucedió ayer por la mañana, en la que salimos de expedición al bosque. Me extrañó bastante la ansiedad que él transmitía, pero creí, inocentemente, que se debía a un inusitado entusiasmo y no al horror y la locura. En ese momento debí haber intuido algo, y todavía soy incapaz de entender cómo es que olvidé tantas cosas esa mañana. Se desvanecieron por completo los recuerdos que tenía de aquel viaje al sur. Las extrañas personas con las que nos topamos y ese ritual bajo la débil vigilia de unos cirios.

Nos juntamos en la entrada del bosque y partimos. En todo el trayecto, noté que a mi amigo le costaba mantener la concentración y que parecía no escucharme cuando le hablaba. Sus gestos eran muy extraños, yo nunca lo había visto así. Las pocas veces que paramos para descansar o beber agua, vi como le temblaban las manos, y cuando le busqué la mirada, me preocupó sentirlo perdido, mirando en dirección a la espesura del bosque. Empecé a preocuparme cuando revisé el gps y vi que nos habíamos desvíado bastante de la ruta que teníamos planeada, y cuando iba a preguntarle qué mierda estaba pasando, paró en seco, frente a un vetusto pino.

—Aquí es —dijo, mirando el orondo tronco del árbol, como si estuviera solo—. Tiene que ser aquí. Lo he soñado muchas veces.

—Estás muy raro y me preocupa verte así, en serio. ¿Qué te pasa?

Mi amigo estaba realmente desconectado de la realidad, tanto así, que se arrodilló y empezó a excavar frenéticamente en la tierra, sorteando las raíces y la maleza con sus manos desnudas. En ese momento pensé que, quizás, mi amigo estaba sufriendo algún brote psicótico o algo por el estilo. Asustado, me acerqué y me agaché a su lado, intentando hacerle entrar en razón, pero mucho me temo que fue imposible. La manera en la que removía el sustrato era terrorífica. Lo hacía con violencia y desesperación, como si algún familiar hubiese estado atrapado bajo ese inmenso árbol. No pasó mucho hasta que mi amigo encontró lo que tanto buscaba. Al topar con eso, empezó a reír con un descontrol que me hizo sentir escalofríos. Era una carcajada enfermiza y le brotaban lágrimas de los ojos. De la tierra y lo que pareció ser un cúmulo de cenizas, extrajo los restos de un cráneo humano, completamente negro y cuando lo vi, él torció la cabeza en mi dirección y me esbozó la más diabólica sonrisa que presencié alguna vez en mi vida.

Salí corriendo sin pensarlo dos veces, y cuando bajé al pueblo quise pasar por una comisaría y notificar lo que había visto pero, consumido por el miedo, seguí corriendo hasta mi casa. Una vez allí, le puse candado a la reja y subí a trompicones hasta mi habitación y me encerré allí. Me acosté en la alfombra y lloré, luego, sin saber por qué, me reí, tal y como mi amigo lo había hecho en el bosque. Pasé todo el día así, teniendo extrañas alucinaciones y fogonazos de algunos recuerdos, mantras siniestros de aquellas mujeres cuyos rostros nunca vi. Debí haberle avisado a alguien, pero no pude encontrar mi teléfono y mis padres estaban de vacaciones. Cayó la noche sin darme cuenta, y a las dos de la madrugada el timbre de mi casa empezó a sonar. Me asomé por la ventana, temblando de miedo, y divisé una sombra en la vereda. Estaba seguro que era mi amigo. Espié durante unos minutos detrás de las cortinas; el timbre no paraba de sonar y yo estaba petrificado, sin saber qué hacer. De pronto, olí un espantoso hedor en el aire. Era como si hubieran empapado hasta el último centímetro de mi habitación con bencina. Me di vuelta y me estremecí de terror. Frente a mí estaba mi amigo, con el cráneo exhumado en sus manos. No entendía cómo era posible. La puerta, detrás de él, seguía cerrada y con pestillo.

—Era ese el lugar —dijo entre jadeos—, pero llegamos demasiado tarde.

Y entonces una inmensa bola de fuego lo envolvió por completo, y el calor que sentí, los gritos de agonía que escuché, fue como estar ante las mismísimas puertas del infierno. La adrenalina me hizo romper la ventana y me lancé desde el segundo piso. Luego salté la reja de mi propia casa y puse pies en polvorosa, deseando que todo fuera una pesadilla.

Es increíble que siga con vida, me hice unos cortes muy profundos en el brazo. Pero aquí estoy, de vuelta en el bosque. Ahora que retrocedo un poco, soy capaz de recordarlo todo. El club de brujas, las drogas y la sórdida iniciación. De pronto entendí que lo de la cacería era real, pero nunca me hubiera imaginado que él y yo terminaríamos siendo las presas. Me queda muy poco tiempo. No he visto ni una sola sombra, pero la brisa nocturna me cala hasta los huesos, y huele horrible a bencina.

La importancia de leer seguido

Si lees menos de 3 horas a la semana, estás desperdiciando tu potencial.

El otro día hice una encuesta en mis historias de Instagram, en la cual pregunté a la gente cuánto tiempo le dedicaban a la lectura. La gran mayoría votó que leían menos de 3 horas a la semana, o sea, un promedio inferior a 30 minutos por día. Si bien es cierto que hay gente que lee mucho menos que eso, me gustaría animarte a que consideres leer un poquito más. Si lees por lo menos 1 hora al día, te aseguro que a la larga serás una persona más feliz y lograrás más en todos los ámbitos de tu vida.

Fotografía de libros antiguos
Los libros son puertas a otros mundos y compañeros de viaje.

Leer te mantiene saludable

Siempre se ha dicho que los libros son el gimnasio del cerebro. La estimulación mental que se produce al leer fortalece tu mente y previene el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas. Y no, no hace falta que devores libros complejos. Tu sensual y viscoso cerebro agradecerá cualquier tipo de lectura y, si lo haces con frecuencia, experimentarás una mejora notable en tus funciones cognitivas. Tu cerebro será tan fuerte que podrá golpear a otros.

Leer te hace más sexy

Cuando conversas con alguien que ha leído mucho, puedes hablar prácticamente de cualquier cosa, y eso llama mucho la atención. El atractivo físico es algo que impresiona, pero más impresionante aún es hundirse en la voz de alguien que maneja sus palabras con elocuencia y sabe qué decir y en qué momento decirlo. Una labia rica, producto de abundante lectura, es un perfume, una caricia, un abrazo. Es un embrujo que funciona muy bien, te lo garantizo.

No te lo garantizo porque yo sea bueno con las palabras: Conversar conmigo es igual de divertido que mirar un acuario de almejas, pero he visto a otros y te diré que sí, leer te hace más sexy.

Leer incrementa tu concentración

Al ser una extensión de nuestro cuerpo, los teléfonos celulares solucionaron muchos problemas en nuestra vida, pero también generaron otros: Por ejemplo, las redes sociales son responsables de haber dañado un poco nuestra habilidad para concentrarnos. Si has estado consciente de ti mismo/a deslizando el dedito por el feed o muro de distintas redes sociales, sabrás a lo que me refiero. Tenemos un sentido de la inmediatez que nos hace difícil mantener nuestra atención en una misma tarea. Leer es algo que puede mejorar este problema y, como resultado, estaremos más presentes y notaremos cosas que de otro modo pasaríamos por alto.

Imagen de StockSnap en Pixabay
Imagen de StockSnap en Pixabay

Leer es muy divertido

Parece una locura pero hay que recordarle a la gente que leer puede ser muy divertido. En el fondo, la gente que no lee o que lee muy poco, suele ser gente que en algún momento de su vida tuvo malas experiencias con los libros. Los culpables de este trauma literario que tuviste, seguro que ya los conoces y si buscas en tu pasado verás imágenes de algún profesor ablandabrevas o una figura paterna que intentó meterte a la fuerza libros que no te gustaban.

El miedo o resistencia a leer también ocurre cuando nuestra curiosidad se ve diezmada por algún evento lamentable, que a menudo sucede en nuestra infancia. Por favor, recupera tu curiosidad cuanto antes, y recuerda que leer puede ser muy divertido. Si tienes una pasión, y créeme que la tienes (puede que coleccionar almohadas de waifus sea lo tuyo y aún no lo sepas), entonces tienes un montón de libros cuyo tema es eso que tanto te gusta. Búscalos y no pares de leer.

Leer hace que escribas mejor

Los futbolistas buenos juegan mucho al fútbol, los boxeadores buenos entrenan un montón y pelean mucho, los ajedrecistas buenos no tienen vida social juegan mucho ajedrez. Entonces, ¿los escritores que quieren mejorar tienen que escribir mucho? NO. No te engañes, por favor. Los escritores buenos son, en primer lugar, buenos lectores. Tienes que leer mucho para llegar a ser un buen escritor o una buena escritora. Cada libro que lees es un maestro y de sus páginas puedes aprender técnicas que serán de mucha ayuda en tus propios textos. Así que lee y no te detengas por nada en el mundo, carajo. Lee en el baño, lee en el transporte público, lee antes de una cita. Lee hasta en los funerales, maldita sea.

Deseo cumplido

Yo solía ser un escritor más del montón, y pensándolo bien, lo mejor hubiera sido permanecer así, mediocre pero auténtico. Hoy soy muy famoso y todos leen lo que escribo, pero no conocen mi secreto: Una tarde de un invierno lejano acudí a esa tienda de nefasto olor que mencionó una tarotista. Allí un viejo de rostro afilado, escondido tras un mostrador lleno de la más exótica parafernalia, me mostró un papiro con jeroglíficos y me convenció de que llegásemos a un acuerdo.

Nunca debí haber aceptado ese pacto. Desde entonces, puedo meterme en la mente de las personas y robarles sus ideas, pero a cambio de ello, soy incapaz de tener ideas propias. Demás está decir que la tienda, así como la tarotista, desaparecieron sin dejar rastro. ¿Y ahora quién me devolverá mi humanidad? Mi mente es una cáscara vacía en cuyas paredes resuena el eco del arrepentimiento.

Las máquinas

La máquina de escribir se encorva encima del humano y empieza a escribirlo. El humano en blanco no le intimida y lo ataca sin compasión, cual fiera jugando con su presa moribunda. En poco tiempo entiende que este humano es una intrigante novela, llena de nostalgia, malvados personajes y emociones incomprensibles. Los tipos martillean con voracidad sobre su piel, tatuándola con historias tan enrevesadas que ni la máquina misma entiende muy bien hacia dónde va su creación. Pero no es algo que importe, y no se escribe al humano pensando en que otras máquinas de escribir vayan a leerlo. Lo interesante del asunto es que este libro humano se relacionará con otros. Habrán muchos que lo ignorarán por completo, y algunos, para bien o para mal, se hundirán sin remedio entre sus páginas.

El bucle

Tengo la sensación de haber estado en otro lugar antes de esto. Solo sé que todo se apagó y cuando volví a abrir mis ojos, me hallé en uno de estos pasillos que parecen infinitos. Se divisan varios niveles hacia arriba y hacia abajo. Se pierden en la oscuridad. Y que curioso que no hayan velas ni luminarias, porque puedo ver como si una lámpara tuviera. A un costado, negrura inmensa, un abismo el cual quema como un sol mirar. Me aparto de las barandas y sigo caminando. Del lado opuesto, estanterías repletas de libros, de piso a techo. Yo sigo caminando, caminé y caminaré. No lo sé. Solo se puede avanzar o retroceder, pero lo mismo parece tan distinto. Lo recto parece tan confuso y enredado. Estoy perdido.

Encontré un alma leyendo libros y dialogamos. Le pregunté cuántos libros había leído. Me dijo que no sabía y me llamó humano. Le pregunté qué era un humano y por qué me llamaba de tal forma.

—A los humanos les gusta contar y hacer preguntas. Si pudieran, contarían el vacío y le harían preguntas a las estrellas.

—¿Estrellas?

—Las verás a tu izquierda, si miras lo suficientemente lejos.

Solo vi penumbra.

—No veo nada.

—Lo que ves es tu miedo. Más allá de tu temor están las estrellas.

Me concentré pero solo vi tinieblas.

—No comprendo.

—Tendrás que saltar.

—¿Al abismo? ¡De ninguna manera!

—Que humano más humano.

Dijo esto y saltó. La oscuridad lo engulló y de pronto fue como si nunca hubiese estado ahí.

Yo sigo caminando, caminé y caminaré. No lo sé. Tengo la sensación de haber estado en otro lugar antes de esto. Solo sé que todo se apagó y cuando volví a abrir mis ojos…

Los tiempos

En el parque una chica de veintipico años mira embobada a su pareja, le da un abrazo y le dice que pasa muy rápido el tiempo. Sentado a pocos metros, un anciano ve la escena. Saca de su billetera una vieja fotografía y le dice, lleno de nostalgia, que la chica tiene razón.

La hora del pez gordo

Cayó la noche y los dos mafiosos se juntaron en el lugar acordado. Tenían sendas estrategias para resolver el conflicto. Uno de ellos escondió una grabadora en el bolsillo de su abrigo y rezó para que todo saliera de acuerdo a lo planeado. Era la única oportunidad que tenía para salvar a el Don.

Un par de horas después, la grabación fue escuchada por la mano derecha del jefe. Éste pensó que, en efecto, estaba ante un pedazo de evidencia irrefutable. En la cinta quedaba clara la confesión de traición, he incluso se podían escuchar los disparos que abatieron al portador de la grabadora, disparos del arma que ahora yacía mansa en su escritorio.

Enroque largo VI

15 de mayo

En ocasiones siento que las historias se tejen a sí mismas, que la intervención de sus actores no es más que la maniobra premeditada sobre un telar. Podía pasar horas viéndola dibujando ojos y sentía que era algo del destino, que más temprano que tarde, cada trazo hecho en el papel terminaría reflejado en su pupila y luego en la mía. Esos hilos que me arrastraron con ella, me enseñaron cosas. Aprendí con mucho dolor que a veces, la imagen mental que tenemos de alguien dista mucho de lo que realmente es. Todos jugamos a lo mismo. Creemos saber bien las reglas, pero cuando perdemos, miramos en torno y decimos que alguien nos hizo trampa. Tampoco indagamos en el asunto, no es placentero descubrir que nuestra percepción es un cadalso, y la justificación que damos, a menudo termina siendo nuestro reflejo en el filo de la guillotina.

Los pinceles de la venganza

Autorretrato como alegoría a la pintura – Artemisia Gentileschi, 1630

Es muy probable que no sepas quien fue Artemisia Gentileschi, o que nunca hayas visto las oscuras pinceladas que marcharon sobre parte de su obra. Y si lo hiciste ignorando la historia que vas a leer a continuación, puede que aún así hayas sentido el peso de las tinieblas con las que batalló Artemisia en su temprana adultez.

Nacida en Roma, en 1593, se codeó desde temprana edad con grandes artistas italianos, entre ellos su propio padre; Orazio Gentileschi, gran exponente de la escuela de Caravaggio. En el año 1610 y con tan solo diecisiete años de edad firma su primera obra, titulada «Susana y los viejos». Esta pintura fue quizá una suerte de presagio nefasto, una denuncia muda de la artista.

Susana y los viejos – Artemisia Gentileschi, 1620

Poco tiempo después y pese a su extraordinario talento, Artemisia no pudo continuar sus estudios de manera tradicional ya que las academias de arte estaban totalmente prohibidas para las mujeres. Orazio, preocupado y deseando que su hija desarrollara su máximo potencial pese a una sociedad que le era injusta, habló en privado con uno de los hombres con quien trabajaba en ese entonces; Agostino Tassi, y le pidió que fuera el nuevo maestro privado de su hija. Esta sería una decisión de la cual Orazio y Artemisia se arrepentirían poco tiempo después.

En 1611 Artemisia es violada por Tassi. De este suceso tan lamentable existe un registro detallado; del crudo testimonio de la artista, los aberrantes métodos del tribunal para comprobar la veracidad de su acusación, y la ínfima condena que recibió el violador.

«…me metió una mano con un pañuelo en la garganta y boca para que no pudiera gritar y habiendo hecho esto metió las dos rodillas entre mis piernas y apuntando con su miembro a mi naturaleza comenzó a empujar y lo metió dentro. Y le arañé la cara y le tiré de los pelos y antes de que pusiera dentro de mí el miembro, se lo agarré y le arranqué un trozo de carne

Testimonio de Artemisia Gentileschi en el juicio contra Agostino Tassi.
Judith decapitando a Holofernes – Artemisia Gentileschi, 1620

En la pintura superior se puede apreciar la oscuridad y la sed de venganza que había en el alma de la artista. Hay que recordar que esta escena ya había sido pintada antes, pero si la comparamos con la de Caravaggio, por ejemplo, veremos que el enfoque de Artemisia es uno mucho más crudo y violento: La mujer que entierra la espada en la garganta de Holofernes está mucho más decidida, y la acompañante incluso le ayuda a someter al general asirio.

Sin duda alguna, Artemisia fue una genio y una mujer admirable. Compitió de igual a igual con los mejores artistas masculinos de su época, en un contexto histórico en el que la mujer tenía mucho en su contra. Artemisia viajó mucho y tuvo una gran carrera como artista, dejando huella en todos lados. Logró sobrellevar un evento traumático, convirtiéndolo en pólvora que disparó en varias de sus obras, las cuales a día de hoy podemos sentir, disfrutar y reflexionar. Para muchas personas, Artemisia es un verdadero símbolo del feminismo, la fortaleza y el arte.