Descarga (gratis) mi primer libro

Letras para quemar

Este libro es una antología de algunos textos que he hecho a lo largo del año, así como algunos otros un poco más antiguos que tenía por ahí. Aparte de los textos ya vistos, quise añadir algunas sorpresas: Hay textos inéditos en cada una de las categorías, y una brevísima explicación sobre lo que es Enroque largo, aunque me gustaría dedicar una entrada completa para cubrir eso, más adelante.

El libro consta de:

13 Haikus (3 inéditos)
16 Microrrelatos (3 inéditos)
7 Cuentos cortos (2 inéditos)
Prólogo de Enroque largo (parte I a IX)

Les deseo felices fiestas y mucho éxito para el año que viene. Y a los que descarguen mi libro, muchas gracias y espero que lo disfruten 🙂

Ruta imprevista

Muchos pensaron y algunos incluso le advirtieron que era una ruta peligrosa, sobre todo considerando la falta de experiencia del muchacho. El trayecto era de elevada complejidad. Tan solo llegar al punto de partida ya se podía considerar una hazaña, teniendo en cuenta la gran distancia que había entre ese hito y el campamento popular. Antes de él solo dos personas habían marchado sobre aquellos agrestes parajes: un suizo y una francesa, ambos expertos senderistas.

Él, por otro lado, era joven, ignorante, impulsivo. Quería demostrar que tenía lo necesario para jugar en las grandes ligas. Llegando al inicio de lo que muchos llamaban con temor «el camino de los susurros» enfiló hacia el norte, alejándose del territorio conocido. Esa era su meta, improvisar una ruta y dejar huella como pionero.

***

Dos días habían pasado y el joven, aunque no arrepentido del todo, empezó a dudar de su ambición. El terreno era muy escarpado. La vegetación, complicada, y el viento un latigazo imparable. Nada imposible, en todo caso. La montaña ofrecía lugares para guarecerse de la hostilidad de la naturaleza, pero sentía un abandono terrible. A ratos creía estar caminando en una especie de limbo del cual no iba a ser capaz de escapar.

***

En el cuarto día comprobó que los rumores eran ciertos. Pese a no haber seguido la ruta tradicional, podía escuchar los susurros. A veces eran risas. Juraba que sí. Los días eran una turbia acuarela que se mezclaba y difuminaba con las noches, momento en el cual le costaba conciliar el sueño y, cuando lo hacía, tenía una vorágine de pesadillas en las que era perseguido por seres amorfos. Algunos reptaban los peñascos y tenían rostros como el de los tiburones.

***

En el quinto día supo que algo lo llamaba. ¿Lo sabía realmente o no? La duda hizo que los otros se burlaran y él caminaba más rápido. Más rápido. Más… hasta ese destello amarillento al otro lado del túnel. Sabía que era ahí, ese era el lugar. Al salir a la intemperie lo vió y se rió a carcajadas, luego tosió como si fuera a desangrarse. Había encontrado un inmenso cráter lleno de agua, pero era… ¿dorada? No le importó. Llevaba horas con una carraspera intensa, le picaban los ojos y tenía secas las mucosidades de la nariz. Se zambulló sin pensarlo.

***

—Mañana empiezan a cercar el terreno. Será de tres a cinco kilómetros a la redonda.

—Creo que es un poco exagerado. Aparte de nosotras, ¿quién podría terminar aquí? Estamos en la nada misma.

—Hace un par de meses una pareja de europeos pasó bastante cerca. Es cuestión de tiempo —sentenció una de las científicas, y después de unos segundos añadió—. Su alcance es de varios kilómetros. Nadie sabe por qué el gas tóxico emana de este cráter, pero causa alucinaciones espantosas. Ten cuidado y aléjate de la orilla. El traje y las máscaras que tenemos no servirían de nada si caemos. Nos sería imposible trepar de vuelta.

Ambas contemplaron el espeso humo amarillo que emanaba de aquel abismo y sintieron escalofríos. Era tan denso que no había manera de ver en su interior, pero se les pasó por la cabeza una macabra posibilidad. Podía ser que el lugar ya fuera un horrible cementerio.

Roble escarlata

Compré un arreglo floral carísimo. Sencilla frase la que utiliza para bloquear el gris de la situación. La repite una y otra vez al salir de la tienda. Está avergonzada y se le nota en el andar. No sabe por qué.

Quizá sea porque se olvida del pequeño, quien le va tirando de una mano desde que salieron al encuentro de la calle. A mitad de cuadra parece despertar del trance y sus piernas de muñeca rota se detienen a temblar. Se agacha hasta quedar cabeza a cabeza con su hijo y alza las cejas.

Él señala algo a lo lejos, ella apenas lo ve. Menos de un segundo y desvía la mirada. Era una hilera de robles escarlata, muy parecidos a los de esa foto antigua, la primera de muchas. Se estremece pensando en eso.

—Son bonitos —dice el niño.

La mujer se levanta, lo coge de un brazo y enfilan ambos calle abajo. Dos cortavientos y un manojo de colores temerosos sobrevuelan el nubarrón de la vereda. Observa con especial atención los pasos alargados que da el hijo, como si fuera un astronauta. Encuentran el auto. No se puede quitar de la cabeza la imagen de tierra seca y pétalos marchitos.

—Las flores te gustan como el arcoíris.

—Es que los arcoíris son muy bellos.

Acomoda las flores en el asiento trasero.

—Quiero que las vea mi papá.

—¿Crees que le gusten, cierto?

Intercambian una mirada somnolienta, ambos lucen mejillas coloradas. El niño frunce un poco la boca. Sus pupilas brillan. ¿Qué pasa ahora? piensa ella. Siente algo en la espalda y el pecho, trepa hasta la garganta y se queda allí. Compré un arreglo floral carísimo.

—¿Qué pasa, Tomasito? —La respiración no le da para más letras, los labios caen como afectados por la gravedad. Recuerda los cirios, las frías baldosas, los murmullos, y aquellos guardianes de piedra sobre las tumbas.

—No tengas penita, mamá. Tus ojos se ponen rojos cuando tienes penita.